Tal vez vienes de la tierra húmeda y verde. De ese lugar habitado por lombrices de anillos brillantes. Una boca por un extremo, un culo por el otro. Tal vez procedes de otro país, eso no es relevante; en el mundo subterráneo no existen fronteras. Tan solo blando y duro. Entonces, el sur viene a ser una salida. El lugar de los amores secretos. Tal vez llegas con la noche. Con el libro del poeta, donde dice «Elegir un lugar, si es que ese lugar nos tolera».
Tal vez tomas la cámara como cada día, rodeado de preguntas ajenas sobre la credibilidad, sobre el significado de still life frente al de naturaleza muerta. Tonterías similares. Caminas sobre la arena del sur mientras recuerdas otro oficio de «fotógrafo», así se llamaba al ayudante del verdugo que sostenía la cabeza del condenado fuera del luneto de la guillotina, en ese momento del «verdadero retrato» unido a la muerte (lo cuenta Clément Rosset en Fantasmagorías). Y subes a la duna de Bolonia, bajas corriendo a por sardinas, ves su mano jugando con el cachorro (Cayetano se llama), señalando la luz sobre las motas de polvo que un día fueron marinos en Trafalgar. En el sur todo va y viene como un viento oscuro del alma que se lleva las jaras, los narcisos y las vidas.
Imágenes tomadas en Caños de Meca, Barbate, Vejer de la Frontera y Zahora