Una hora con Jordi Pujol

carisma
(Del lat. charisma, y este del gr. χάρισμα, de χαρίζεσθαι, agradar, hacer favores).
1. m. Especial capacidad de algunas personas para atraer o fascinar.
2. m. Capacidad de ejercer autoridad en base a la creencia de los seguidores en las capacidades ejemplares de santidad, heroísmo o excepcionalidad de una persona.

Quienes conocen mi visión de la fotografía saben que está íntegramente sustentada por el concepto de intimidad. En los riesgos y posibilidades de esa intimidad. Resulta fácil con un paisaje, con un objeto, con los animalitos que se arriman a mis piernas o mis manos aunque no me conozcan, con los más amados (aún los tímidos, introvertidos o reacios a las fotos), pero cada vez que por mi trabajo tengo que inventar un vínculo de cero, para poder llegar al tuétano de la luz, y mostrarles desde ese lugar, como realmente son, esos extraños, a menudo un ciento de veces fotografiados, filmados o nombrados por otros, son como practicar espeleología en solitario. Paso la mayor parte del tiempo en común desprendiéndome del ruido que precede a ese encuentro. Mi propio ruido y el suyo.

Hice un viaje madrugador en tren para esta sesión y, francamente, no esperaba sorpresas. Incluso desde la autoexigencia de llegar al momento libre de prejuicios, era difícil no pensar en los tics, en los sonidos respiratorios y en el político de primera línea. En Yoda.

Y fui sorprendido.
Por el animal de carisma.
Por la consideración hacia los otros que es patrimonio de los realmente seguros de sí mismos.
Por la vida de Jordi Pujol más allá del Jordi Pujol que como conciencia colectiva conocimos.
Por la lucidez, el dominio absoluto del espacio y la situación.

Desde su ‘retiro’ no se detuvo, no dejó de trabajar, es muy posible que hasta haya redoblado sus esfuerzos.
Agotaría a cualquier persona treinta años menor que él.

No posó. No le hice posar. Tiendo a evitarlo, imprime una pátina de artificio en el retrato. Queriendo o sin querer, ocurre, de modo que si puedo, danzo alrededor y con el fotografiado, absorbiendo lo que viene de él, comunicando el vacío que soy para que la foto ocurra por sí misma.
Noté una especie de consigna de sincronización, de modo que los gestos sincopados no deformaran el rostro. Todo aquel con una primitiva noción de la imagen sabe qué hacer para no sacar una foto movida. En este caso, se trataba de ser amable con la persona, de captar lo que realmente le hizo ser quien es, a nivel de memoria histórica. Lo que hace que olvidemos el casi-Tourette, los carraspeos húmedos que en cualquier otro nos producirían cierta repulsión, las facciones hinchadas. Los ojos pequeños.

Me hizo sentir un campo de energía a su alrededor, en el que fui incluido. El que provoca la escucha y la atención sostenida.

Hay ciertas características que definen al líder carismático. Él posee unas cuantas. La mayoría.
Es de la estirpe de Fraga. Nos pueden gustar más o menos. Pueden ser más o menos afines a nuestra ideología. Es posible que lleguen a causarnos rechazo.
Lo que es indudable es que no podemos borrarles de la memoria. Registramos sus gestos. Sus caras están disponibles para nuestra mente, dispongamos o no una referencia visual que nos ayude a invocarlas. Parecen incansables, eléctricos, nos inspiran respeto en un sentido difícil de explicar.
Un animal político permanece después de su engañosa desaparición de la escena. Asociamos momentos a su nombre. Se solapa a recuerdos personales. Forma parte de nuestra cronología.

Me moví alrededor. Intercambió diálogos cortos conmigo. Me hizo sentir extrañamente cómodo y tenido en cuenta.
Ciertos entrevistados tienen potencial de hacerme invisible. En algunas ocasiones es una salvación. En otros es triste, no por mí, sino por ellos.
Si la intimidad ocurre, me siento agradecido. Por la intimidad, más que por la persona. Cada encuentro que tengo del que nace una foto es relevante para mí.
Venero los tiempos de la agencia Magnum. Tengo nostalgia de esos tiempos en el que estar ahí significaba estar ahí.

He alcanzado una edad en la que puedo reconocerme testigo de un buen acervo de momentos históricos y sociológicos.
Algo que me resulta muy notorio es, precisamente, la pérdida general de carisma de los gobernantes.
Pasan sin pena ni gloria, se deslizan hacia el olvido sin dejar otro rastro que el sus malas gestiones y aún por esos desastres no los recordamos.
Cuesta pensar en ellos y finalmente se nos escapa también su nombre.

Jordi Pujol no está ni estará jamás entre ellos.
Y créanme, hay mucho más en él de lo que ya hemos visto.

Fue estimulante compartir ese rato.
Nos saludamos amablemente.
Se marchó. Me fui.
Tomé un tren de regreso.
Descargué la tarjeta.
Seguí pensando en ello.
Éstas son las fotos.